domingo, 3 de mayo de 2015

DE FRÍO NADA, CARIÑO



Dedicado a mi hermana Sandra,
a quien le llegó al alma que dijera
que las historias de parejas casadas no venden.
Espero que os guste!!




— ¿Y no que el tío va y me dice “me pones más caliente que el fuego de tu pelo”? ¡Será sinvergüenza! – decía Lorena, indignada, mientras relataba el alocado fin de semana en la discoteca Dance City – Mira, sé que desde que bailo mejor, gracias a ti, ligo más, pero hija ¡qué quieres que te diga! Los tíos se han creído que porque nos gusten las novelas romántico-eróticas y porque haya triunfado que un multimillonario practique el sado con su pareja y le ponga que le digan “quiero follarte duro” ya todas las mujeres queremos  que nos hablen así.
— La verdad es que hay algunos que se pasan – opinó Marta, cogiendo a su bebé en brazos ya que había empezado a protestar tras estar media hora quieto en el carro – Pero si quieres que te diga una cosa, ya me gustaría a mí que David de vez en cuando me dijera algo así.
La tediosa cara de Marta preocupó a su amiga, quien desde que se habían reencontrado hacía cinco años gracias al Facebook, quedaba con ella todos los lunes para comer, antes de recoger a Daniela del colegio, ya que era cuando Lorena tenía libre en su trabajo.
— ¿Por qué dices eso? Marta, tienes un marido estupendo ¿hay algo que no me hayas contado?
— No, si va todo bien, estupendamente… — decía, zarandeando a su hijo para provocarle unas risas y que así pudiera hablar con su amiga.
— ¿Pero?
— Pero nada, y eso es lo malo precisamente. – contestó Marta, desganada.
— ¿Cómo que nada? ¿Qué quieres decir?
— Pues eso, que no hacemos nada. Nuestro matrimonio se está convirtiendo en un aburrido y convencional typical spanish. No discutimos porque apenas nos vemos. David llega tarde de trabajar y cansado, cenamos sin apenas hablar y antes de que me dé cuenta se ha quedado dormido en el sofá. Y yo, entre el trabajo, los niños y la casa, no creas que estoy más espabilada que él cuando llega la noche. Y así pasan los días y días y días…
— ¿Me estás diciendo que no folláis? ¿Desde hace cuánto?
— No lo sé. A ver, si Lucas tiene cinco meses, pues desde finales del embarazo que me sentía tan pesada y molesta que no tenía ganas, luego cuando parí tras pasar la cuarentena me daba miedo y después empezó David a hacer más horas en el trabajo y a llegar hecho polvo…
— ¡Me estás diciendo que lleváis medio año sin hacer nada? – preguntó Lorena estupefacta.
— Más o menos, sip.
— Joder niña, con vosotros va a ser verdad el dicho “follas menos que un casao” ¡Pero eso no puede ser! Hay que solucionarlo pero ya.
— Como si fuera tan fácil.
— Claro que sí, vámonos de compras. – dijo Lorena resuelta y empezando a levantarse de su sitio.
— ¿De compras? ¿Dónde? No me hace falta nada. – dijo Marta meciendo a Lucas sin moverse de la silla.
— ¿Cuánto hace que no te compras ropa interior?
— Pues cada dos meses o así porque me la compro del Primark y se estropea enseguida.
— Marta, lo que tenemos que hacer es comprarte un conjunto de ropa interior sexy con el que seduzcas a tu marido antes de que se quede dormido.
— Eso es una tontería porque la mayoría de las noches se duerme antes que Lucas. Como se nota que no tienes hijos y no sabes lo que es tener que estar buscando el momento adecuado para tener relaciones.
— Tener relaciones, tener relaciones, ¡llámalo como toca! Una cosa es que no me guste que los tíos me vengan en plan calentorros maleducados pero al pan pan y al vino vino, tú lo que necesitas es folleteo del bueno. Cariño, ¿tu marido te pone?
— ¡Claro que sí! Cuando lo miro sigo viendo al hombre que conocí hace doce años, estoy enamorada de él, pero lo que no sé es si él siente lo mismo por mí. A veces pienso que se ha hecho cómodo a estar conmigo y que por eso seguimos juntos.
— ¿Piensas que te pone los cuernos?
— No, pondría la mano en el fuego por él pero… No sé si me desea como antes.
— Pues precisamente por eso es por lo que necesitas ropa interior sexy. Mira, esta noche te las apañas como sea para tener a los niños acostados antes de que él llegue de trabajar, y mientras se ducha tú te pones sexy, antes de cenar ni nada ya que dices que en cuanto cena chafa la oreja.
— Con Daniela es fácil, le hago la cena pronto y la acuesto pero con Lucas, como le dé por llorar como casi todas las noches, me temo que tu idea no funcionará.
Marta estuvo explicando a su amiga que su bebé padecía de cólicos y que aunque ya empezaba a dejar de tenerlos, alguna que otra noche le daban y el pobrecito lo pasaba fatal. En realidad el peque y ella, que era la que lo mantenía en brazos, le masajeaba la tripita y hacía lo imposible por que se le pasara y consiguiera dormir.
Marta trabajaba de profesora de baile en la academia “Quiero bailar contigo”, ayudando a su jefe con un grupo de adolescentes que se habían apuntado por las mañanas. Le encantaba bailar, así había conquistado a su marido con tan solo veinticuatro años y llevaban juntos desde entonces, y de eso hacía ya doce. Llevaban siete años casados, habían tenido a Daniela a los dos años y a Lucas hacía cinco meses y tenía la sensación de que su matrimonio empezada a enfriarse. Antes, salían los sábados a bailar dejando a Daniela cada sábado o con su madre o con su suegra y Marta pensaba que mantenía la llama encendida porque hacían una pareja de baile perfecta, ella había enseñado a su marido. Pero desde que se quedó embarazada de Lucas y a los tres meses le dijo la matrona que hiciera reposo absoluto porque cabía la posibilidad de que se produjera un desprendimiento de placenta, habían dejado de hacerlo. Y si a los quilos que ganó en el embarazo le sumas los que ganó por el reposo, Marta se sentía mal consigo misma porque su cuerpo no era el de antes y por eso empezaba a pensar que su marido estaba perdiendo interés en ella. Menos mal que había encontrado trabajo en la academia hacía dos meses. Aunque le dio una pena tremenda tener que dejar a su hijo con su suegra con tan solo tres meses, sabía que era una oportunidad para ella y que si decía que no al trabajo tal como estaba la situación en el país, quien sabe cuándo podría encontrar algo de nuevo, y encima que fuera de lo que más le gustaba hacer, bailar. Tenía amigas y conocidos con carreras universitarias que estaban trabajando de dependientas en supermercados o como mucho, de ayudantes en comedores escolares. No, no podía decir que no a un trabajo que le apasionada y que encima solo le ocupaba unas horas por la mañana. Su marido mismo, con la carrera de derecho que tenía, estaba trabajando de reponedor en una cadena de supermercados, todo el día en el camión de un supermercado a otro, haciendo esfuerzo con los palés y acabando cansadísimo cada día. Ella dejaba a su hijo con su suegra por las mañanas, aunque algunas a la mujer la llamaban para trabajar limpiando alguna casa y como era un dinerito extra nunca decía que no, así que Marta había acordado en una guardería que la dejaría algún que otro día suelto, aunque eso le supusiera pagar casi más que si la dejara el mes entero. Aun así, ella prefería que estuviera con su suegra, una mujer joven y dicharachera enamorada de sus hijos con la que sabía que estaría bien cuidado el pequeño. Después dejaba a Daniela en el colegio y acudía a la academia, daba sus clases e iba a recoger a Lucas, comía con su suegra y recogía a la niña del colegio, la llevaba al parque una hora y volvían a casa, a que la niña hiciera sus deberes, ella bañara al bebé y comenzara la rutina de duchas, recoger un poco la casa, plancha, cena… Así era su vida, así era su rutina.
 — ¿Y qué tal te va el trabajo? – preguntó Lorena mientras cogía un conjunto de ropa interior negro de encaje que llevaba unos lacitos beige en los tirantes y en los laterales del tanga. Por fin había conseguido llevar a su amiga a una tienda de lencería.
— Muy bien. Estoy dando clase a unas niñas que son una pasada, tienen mucho interés. Lo que me faltan son chicos pero claro, a esa edad los adolescentes no piensan en bailar precisamente.
— Seguro que a más de uno le gustaría pero tiene vergüenza de reconocerlo. Toma, pruébate esto. – dijo Lorena, tendiéndole el conjunto.
— No, demasiado pequeño el tanga ¡tú has visto como estoy? Quiero seducir a mi marido, no que se ría de mí.
— ¡Qué boba eres! Yo creo que este conjunto te quedaría ideal. – dijo Lorena, dejando el conjunto en su sitio.
— La verdad es que hay una chica que si consiguiera encontrarle pareja me gustaría prepararla para competir, es realmente buena. Mira, ¿qué tal este? – preguntó a su amiga mostrando un conjunto rosa de seda.
— Es muy bonito pero poco sexy. Pues es una lástima que no se apunten chicos, mira ¿éste? ¿Y a ti no se te ha ocurrido nunca competir? – en este caso le estaba enseñando un conjunto de braga brasileña gris marengo ribeteado en fucsia con un sujetador con corpiño que le llegaría hasta las caderas, donde los tendría que unir con las pantis.
— ¿Quieres que parezca una putona? Y no, yo nunca competiría porque tengo miedo escénico. – contestó pensando en que dentro de poco actuaría no en una competición pero sí ante un público. No le había contado nada a nadie porque ni siquiera estaba segura de querer hacerlo y en tal caso, si querría espectadores conocidos.
— No, cielo, quiero que pongas cachondo a tu marido. O te lo pruebas o dejo de hablarte para siempre.
— Está bien, dame, pero solo por no oírte. Ya verás lo que voy a parecer.
Marta cogió el conjunto y se metió en un probador.
— Estás estupenda. – opinó Lorena una vez se lo vio puesto.
— ¿Qué dices? Si parezco una morcilla.
— Cariño, eso es porque tú no te ves bien porque siempre has sido una mujer delgada y ahora tienes unos quilillos más, pero eso no quiere decir que estés gorda. Yo te veo fantástica.
— Tú me ves con ojos de amiga.
— ¿Y con qué ojos se supone que te va a  ver tu marido?
— ¿La verdad? No lo sé.
Marta hizo caso a su amiga, cogió unas pantys a juego con el conjunto gris y después de pagarlo lo metió en la cesta del carro de su hijo y salió de la tienda todavía dudando si se lo pondría.
— Bueno cariño, me tengo que ir pero quiero que mañana me cuentes cómo te ha ido ¿eh? Aunque sea por whatsapp.
— Está bieeeeeen. – dijo Marta, poniendo los ojos en blanco.
Marta fue a recoger a su hija del colegio, y como cada tarde, se quedó un rato en el parque charrando con las mamás de sus amiguitas. Se preguntó si a ellas les pasaría lo mismo, pero no las conocía lo suficiente como para hablar de algo tan íntimo y esa tarde se quedó más pensativa que nunca, escuchando a las demás hablar de sus cosas. Marisa se dio cuenta de que su amiga estaba ausente y le preguntó si le pasaba algo y a punto estuvo de explicarle que tenía la sensación de que su matrimonio se iba a pique. Sin embargo, en lugar de eso le dijo que esa mañana había hecho más horas en la academia y que estaba cansada.
— Chica, si es que no sé por qué has empezado a trabajar tan pronto, podías haberte quedado un año sabático para encargarte de tu bebé, que no es lo mismo un hijo que dos, y no irías tan estresada. – dijo Ana, quien había escuchado la conversación y era de las que opinaba aunque nadie le hubiera pedido hacerlo.
— Trabajo porque me gusta lo que hago y tengo la suerte de poder dedicarme a eso, que hoy en día pocos pueden decirlo. Y trabajo medio día, cosa que además me ayuda a desconectar de mi faceta de madre, que quieras o no hay días que llega a ser duro sentir que lo único que haces es criar hijos.
— Bueno, eso depende de la persona. Yo me dedico a mi casa, mis hijos y mi marido y estoy encantada de la vida. – dijo Ana a la defensiva, que entendió que Marta le estaba dando a entender que ella no hacía nada.
— Pues como bien has dicho, depende de la persona. Yo siempre he querido tener marido e hijos, pero no que mi vida se basara solo en eso. También me gusta dedicar tiempo a lo que me gusta hacer, y sé que si no bailo aunque sea unas horas al día, mi vida sería tediosa. – dijo Marta, pensando en que en parte, aun haciendo lo que le gustaba, se sentía aburrida.
— Cada persona es de una manera. Yo también necesito trabajar aunque sea un poco, pero claro, yo no puedo dar la razón a ninguna de las dos puesto que solo tengo un hijo y creo que en mi caso es distinto. – dijo Marisa, queriendo apaciguar la situación.
No volvieron a hablar del tema. Marisa y Ana siguieron hablando de sus cosas mientras Marta pensaba en llegar a casa cuanto antes, adelantarle el baño y la cena a su hija e intentar que para cuando llegara su marido ya estuvieran los peques durmiendo.
Y así lo hizo.
Cuando esa noche llegó David, enseguida notó el silencio en la casa. Acostumbrado a que Daniela saliera corriendo a recibirlo y a escuchar a su mujer en la cocina trajinando la cena o a Lucas llorando por querer ser atendido, esa noche nada de eso estaba ocurriendo y cuando vio a su mujer tumbada en la cama leyendo la miró extrañado.
— Hola cariño – la saludó, acercándose a ella para darle un beso en los labios — ¿Pasa algo?
— ¿Por qué?
— No sé, me sorprende que los nenes ya estén acostados y verte a ti en la cama, ¿estás enferma? ¿Te encuentras mal?
— No, es solo que estoy cansada y he pensado pedir comida a domicilio hoy ¿qué te parece?
— Genial, ¿te apetecen kebabs?
— Por mí bien. Dúchate mientras los pido.
— Bien, vengo con un hambre que me comería un toro.
“Más bien me vas a comer a mí”, pensó Marta ilusionada porque su plan estaba saliendo como esperaba.
Una vez David entró en el baño Marta cogió el teléfono y marcó al restaurante árabe al que solían pedir la cena de vez en cuando, pero justo cuando había marcado colgó. Si llamaba en ese momento, a la media hora estaría allí la cena y si su marido tardaba diez o quince minutos en salir del baño, les quedaría poco tiempo para lo que había pensado. No, sería mejor llamar después de hacer el amor con su marido. Le había dicho que tenía mucha hambre pero si su amiga Lorena tenía razón, cuando la viera con el conjunto nuevo se olvidaría de la cena, sobretodo porque llevaban muchos meses sin hacer el amor y estaba segura de que su marido debía necesitarlo tanto como ella.
Sacó la bolsa de la cesta del carro de su bebé, que todavía seguía ahí, y miró el conjunto poniendo los ojos en blanco. ¿Cómo se había dejado convencer para comprarse tal cosa? ¿Y si su marido la veía como se veía ella misma y en lugar de provocarle morbo le bajaba el lívido verla con semejante mamarrachada? De pronto sonó el teléfono y dio un brinco puesto que le pilló por sorpresa. Guardó rápidamente el conjunto en el cajón de su mesita de noche y contestó. Era su suegra. La llamaba para decirle que la habían llamado para trabajar al día siguiente y tendría que dejar al nene en la guardería.
— Me sabe fatal avisarte con tan poco tiempo pero es que me acaban de llamar a mí y ya sabes, es un dinerito extra que nos viene muy bien, sobre todo desde que Juan Carlos se jubiló y si voy a hacer esa casa pues…
— Cecilia, no te preocupes, no tienes que darme explicaciones. – dijo Marta, intentando cortar la llamada cuanto antes.
— Ya pero me preocupa que no puedas avisar a la guardería con tan poco tiempo y claro como tu madre trabaja y sé que no la puedes dejar con ella yo…
— Ceci, en serio, ya hablé con la puericultora de que la podía llevar cuando quisiera, le pago el día y no hay problema.
— Hay, menos mal hija, no sabes lo tranquila que me dejas. Es que no veas dónde voy mañana a limpiar, cada vez que voy allí se me hacen los dientes largos y pienso en cómo puede ser que haya gente que tenga tanto dinero como para poder tener esas casas. Por desgracia a mí no me tienen fija allí, porque la señora lo paga muy bien. Tienen una interina, pero una vez al mes hacen limpieza a fondo y necesitan más personal.
Cecilia seguía hablando de la ricachona mientras Marta solo pensaba en colgarle el teléfono, cosa que por educación y por ser quien era no podía hacer. Pero cuando vio salir a David del baño con la toalla enrollada en la cintura y ella seguía pegada al teléfono y sin cambiarse, se le cayó el alma a los pies. David frunció el ceño preguntando quien era y ella, tapando el teléfono le susurró “tu madre”, aunque le habrían dado ganas de decirle algo así como “Tu inoportuna madre, o tu jodepolvos de madre” porque tenía claro que esa noche sus planes se irían al traste.
— ¿Está mi hijo por ahí? – preguntó Cecilia.
— Acaba de salir de la ducha.
— Pásamelo, que al menos lo salude.
“Mierda”, pensó Marta, sabiendo cómo eran los saludos de su suegra. Mira que le gustaba enrollarse en el teléfono, con lo poco que le gustaba a ella. Marta le pasó el teléfono a su marido malhumorada y éste la miró sin entender. De pronto Lucas empezó a llorar y fue a la cuna a cogerlo. Esa noche ya se había echado a perder, así que cogió el móvil y llamó al restaurante para pedir los kebabs. Con un poco de suerte habría conseguido tranquilizar al pequeño para cuando llegara la cena.

A la mañana siguiente, no eran ni las ocho de la mañana cuando Marta recibió un whatsapp de Lorena: “Cuenta, cuenta”, decía.
“Nada q contar”, escribió Marta, acompañándolo del icono de la cara triste.
“En serio? Por q? No le gustó el conjunto?”
“No me lo llegó a ver, llamó mi suegra, Lucas se puso a llorar, pedí comida y cuando llegó, cenamos y cuando fui a mi cuarto, me lo puse y volví al comedor, David estaba roncando”
“Joooodeeeer, p q no lo despertaste?”
“Me supo mal, estaba tan cansado…”
“Bueno chiki, pues a ver hoy. Ya m cuentas, m voy al curro”
Marta se preparó como cada mañana, llevó primero a Lucas a la guardería, después a Daniela al colegio y como era habitual, llegó a la academia antes de la hora y se tomó un café en el bar que había justo pegado al pub Quiero Bailar Contigo. Ella daba las clases en la academia, que estaba justo encima del pub. Le encantaba su jefe, era generoso y muy buen bailarín. Sabía que había ganado muchas veces el concurso del Palace en Madrid, uno de los concursos que más dinero daban y que los tres últimos años había participado con su mujer, una abogada que había conocido en las clases, pese a que a ella al principio no le gustaba bailar.
Era pronto, su primera clase empezaba a las diez y todavía faltaban diez minutos, pero como tenía llaves de la academia decidió subir y practicar la coreografía del baile que pensaba hacer en la discoteca preferida de su mejor amiga, Dance City. Todavía quedaba dos semanas para la exhibición pero aún no se lo había contado a nadie, ni siquiera a David. No sabía cómo hacerlo, cómo se lo tomaría. Cuando Alejandro, su jefe, le propuso actuar, puesto que el dueño de la discoteca, Abel Ferri, organizaba fiestas y actuaciones a menudo para mantener el interés de los clientes, ella en un principio le dijo que no. Nunca le había gustado exhibirse. Como mucho ejercía de profesora y bailaba de jovencita cuando salía por ahí y luego más cuando conoció a su marido. Les encantaba salir a bailar juntos. Pero hacía tiempo que no bailaba sola y solo el hecho de pensar que estaría encima de un escenario bailando para un montón de gente, la ponía de los nervios.
“A mi edad, ¿en qué estoy pensando?”, se dijo mientras le daba al play del equipo de música. “Tengo treinta y seis años, soy madre de dos hijos, ¿qué coño estoy haciendo?”
Pero aun así, cuando la canción “Arrasando” de Thalia empezó a sonar, su cuerpo empezó a moverse como si tuviera veinte años. Con unos quilitos de más, ella seguía siendo la misma persona de siempre, y temía que su marido no lo viera así.
De pronto la puerta de la academia se abrió y vio entrar a Alejandro junto a su pequeña de tres años, Elsa.
— Espero que no te importe que la haya traído, cerraron la guardería por defunción y ya sabes como son estas cosas, no se puede avisar con antelación y como Sara justo hoy tenía un juicio…
— Tranquilo, tú eres el jefe. – dijo Marta, acalorada porque acababa de bailar una canción con mucho ritmo.
— La nena se sienta en una esquinita a pintar y seguro que no te molesta. Yo doy la clase en la otra sala, ¿quieres que cambiemos hoy?
— No, no, tranquilo, no pasa nada. ¿Ha sido por alguien de la guardería?
— ¿Eh? Ah, no, creo que la mamá de la dueña. Supongo que mañana ya estará abierta. Hoy fue porque todas las puericultoras se fueron al funeral.
— Entiendo.
Enseguida se empezó a llenar la clase de Marta de chicas de entre dieciséis y dieciocho años y empezaron a bailar con un merengue de Sergio Vargas, “La quiero a morir”. Las colocó por parejas, apenada de que no hubiera chicos para hacer su papel, pero por lo menos las chicas aprenderían. Unas veces hacían unas de chico, otras veces las otras.
— Y uno y dos, y uno y dos, y uno y dos, vamos chicas, sin perder el paso básico el chico le da una vuelta a la chica y uno y dos y seguimos…
Bailaban al ritmo de: “Ella para las horas de cada reloj,
Y me ayuda a pintar transparente el dolor con su sonrisa
Y levanta una torre desde el cielo hasta aquí
Y me cose unas alas y me ayuda a subir a toda prisa,
A toda prisa
La quiero a morir
…”

Esa noche, Marta volvió a realizar la misma operación que el día anterior, acostó pronto a Daniela, intentó que Lucas se tomara el biberón pronto y se durmiera, suplicando que no tuviera un cólico y le diera por llorar de nuevo. La diferencia ese día fue que pensó en ponerse sexy para cuando su marido llegara. Le daba igual que no se duchara primero, no había tiempo que perder. Así que una vez tuvo a los niños dormiditos, se puso el conjunto de lencería que se había comprado el día anterior y como hacía frío, se echó un batín por encima y esperó a su marido mientras preparaba la cena. Quería tenerlo todo listo antes de que él llegara porque no quería tener nada que hacer que la interrumpiera de sus calientes intenciones.
Cuando escuchó el sonido de las llaves abriendo la puerta, se apresuró en quitarse el batín y se colocó en la cama de la manera más sexy que se le ocurrió.
“Qué extraño que los niños se estén durmiendo tan pronto esta semana”, pensó David mientras se dirigía a su habitación, de nuevo sorprendido al no escuchar ruido por la casa. Cuando entró en su cuarto y vio a su mujer, se le abrieron los ojos como platos.
— Cariño, estás… — pero se quedó sin palabras.
Marta se pasó la lengua por los labios de manera sugerente y su marido fue hacia ella y se sentó a su lado para besarla.
— ¿Te gusta? – preguntó ella.
— Cariño, me encanta, ¿a qué se debe?
— Me apetecía comprarme algo sexy para ti.
— Umm… — se relamió David acariciando el pecho derecho de su mujer – Debería ducharme.
— Me da igual, hazme tuya ya, por favor. – suplicó Marta.
— Oh, cariño, ¿cuánto tiempo hace? – dijo David con la voz rota mientras bajaba un tirante del sujetador y mordisqueaba el hombro de su mujer como sabía que tanto le gustaba. Llevaban tanto tiempo sin hacerlo que apenas lo recordaba.
Le bajó el encaje del sostén para mordisquear un pezón, no le quería quitar el conjunto que tanto morbo le daba. Su mujer se había puesto sexy para él y había conseguido ponerle cachondo. Pero había un problema, se sentía sucio por todo el día trabajando y no quería disfrutar de su mujer así.
— Vamos. – le instó Marta a que prosiguiera viendo que su marido iba más lento de lo que ella deseaba. Más bien ella estaba ansiosa, desesperada.
David no se lo pensó más y dejó que su mujer le quitara la camiseta y le bajara los pantalones; él se quitó los zapatos restregándose los pies y terminó quitándose los calcetines. Una vez solo con los bóxers Marta empezó a acariciar el paquete que tanto tiempo hacía que no tocaba. Estaba erecto, eso era buena señal, tal vez ella era una exagerada y todavía excitaba a su marido. David metió la mano por la braguita brasileña y Marta gimió, pero entonces una voz que no era de ninguno de ellos dos, se escuchó en la habitación.
— Mami, he tenido una pesadilla. – decía Daniela, con los ojos medio pegados, gracias a dios.
David y Marta se recompusieron rápidamente y ella cogió en brazos a su hija.
— Cariño, no pasa nada, mamá está aquí.
— Me paso a duchar. – susurró David.
Marta asintió con la cabeza, no sin maldecir la oportunidad desaprovechada que acababa de perder.
— ¿Puedo dormir aquí contigo, mami?
— Cariño, te puedes quedar en mi cama un ratito, pero luego te pasaré a la tuya. Sabes que tienes que dormir en tu cama ¿verdad, mi vida? ¿Lo entiendes?
— Sí, mamí, solo hasta que se me pase el susto.
Marta metió a su hija en la cama y se acostó con ella. Cuando David salió de la ducha Daniela ya se había dormido pero en lugar de continuar con lo que habían dejado a medias, dijo:
— He visto que ya está la cena hecha, ¿cenamos? ¡Estoy muerto de hambre!
— Claro. – aunque por dentro Marta pensó “joder, joder, joder”.
Se quitó su sexy conjunto, se puso el pijama y puso la mesa.
— Es muy bonito el conjunto que te has comprado. – es todo lo que dijo David al respecto.
— Ya, me hubiera gustado que sirviera de algo. – susurró Marta, de mal humor.
— ¿Qué quieres decir? Cariño, tenemos hijos, ¿qué culpa tenemos de que Daniela se haya despertado justo en el mejor momento?
— No es eso y los sabes.
— ¿Qué se supone que he de saber?
— Que llevamos meses sin hacer nada y eso no es normal.
— Cariño, ¿te crees que yo no lo sé, que no me doy cuenta? ¡Joder, soy un hombre! Pero trabajo muchas horas y llego reventado, me gustaría poder hacer algo pero me quedo dormido contra mi voluntad.
— Ya. – Marta no quería seguir hablando del tema porque temía hacerle la gran pregunta, si es que ya no la deseaba, si es que tal vez, aunque el día anterior le había dicho a su amiga que pondría la mano en el fuego por él, si tal vez existía la posibilidad de que su marido tuviera a otra mujer en su vida pero, ¿de dónde iba a sacar el tiempo? ¿Tal vez la mentía y no trabajaba tanto como decía? No podía ser, lo veía llegar a casa sucio y cansado, confiaba en él y descartaba esa idea. Pero respecto a lo otro… — Dentro de dos semanas voy a bailar junto con Alejandro y su mujer en una actuación que vamos a hacer en una discoteca. – dijo por fin.
— ¿Sí? ¿En cuál? ¡Eso es estupendo!
Vaya, desde luego Marta no había pensado en esa reacción por parte de su marido.
— En Dance City.
— ¿Esa no es la discoteca del modelo Abel Ferri?
— Sí. La verdad es que me da vergüenza, yo, a mi edad bailando sobre un escenario…
— ¿Qué tiene que ver la edad? Tienes treintaiséis años y pareces una chica de veinticinco y te encanta bailar, ¿por qué no ibas a hacerlo? Pero cariño, ¿desde cuándo lo sabes? ¿Por qué no me lo habías dicho?
— Lo sé desde hace un mes más o menos, pero no estaba segura de querer hacerlo y temía que no te sentara bien. Además, apenas hablamos. Últimamente nuestro matrimonio se está volviendo frío y monótono.
— ¿Eso piensas?
— Sí.
David se levantó de la mesa y se dispuso a recoger su plato y el resto de la mesa. Marta no pudo evitar su congoja y salió de la cocina hacia el baño para romper a llorar sin que su marido la viera. Cuando salió de nuevo, su marido estaba en el comedor viendo una serie en la televisión. Ella se sentó a su lado, apoyó la cabeza sobre su pecho y David empezó a acariciarla provocándole una grata sensación. Le encantaba que su esposo le acariciara la cabeza. Cuando se dio cuenta de que la mano pesaba sobre su nuca, giró la cabeza para poder ver a su marido que ya dormía.
El resto de la semana Marta no consiguió que Lucas se durmiera temprano. Cuando llegaba David de trabajar ella todavía estaba liada con la cena e intentando parar los lloros de su hijo hasta que finalmente conseguía tranquilizarlo y lo dormía. Pero entonces su marido ya había caído rendido en el sofá. Al principio, lo despertaba para hacer que fuera a la cama, pero tras años de ver que era inútil puesto que tenía un sueño tan profundo que no se enteraba de nada, le daba un beso de buenas noches sin que él apenas lo percibiera y se iba a dormir a su solitaria cama. Sabía que en algún momento de la noche David acudiría a su lecho, pero se acostaba y despertaba sola sin darse cuenta en qué momento su marido le había hecho compañía.
El sábado, Marta pensó en preparar algo especial para cenar. Sabía que a David le encantaban las costillas a la miel hechas en el horno. Compró los quesos que más le gustaban, unos buenos patés y guarnición para acompañar las costillas. Mientras su marido se duchaba puso velas por el comedor para crear un espacio íntimo y sonrió al ver a sus hijos durmiendo.
David salió del baño y miró a su mujer sugerente al ver el esfuerzo que había hecho al decorar el comedor.
— Oh, cielo, ¿acaso me quieres seducir? – bromeó David.
— Siéntate. – le ordenó su mujer. — Quiero alimentarte bien, para que luego disfrutes mejor el postre.
— Ah, ¿sí? ¿Y qué has comprado de postre?
— Nada, el postre soy yo.
— Ummmm, qué rico postre.
Marta sacó del horno las costillas y las colocó en una bandeja. Como estaban recién hechas quemaba mucho y se arrepintió de no haber cogido agarraderas para no quemarse las manos. Corrió hasta el comedor con la bandeja ardiendo y la soltó rápidamente en la mesa, haciendo que una de las velas volcara y prendiera fuego al mantel.
— Oh, ¡dios mío! – gritó Marta asustada.
A David lo primero que se le ocurrió fue echar el vino que había en su copa sobre el fuego, cosa que lo avivó más y la mesa empezó a arder.
— Pero ¿qué haces? ¿Te has vuelto loco? – le recriminó Marta ante su genial idea.
 David ignoró a su mujer, no era momento de discutir sino de actuar lo más rápido posible, así que cogió el teléfono fijo y llamó a los bomberos mientras Marta corría a las habitaciones de sus hijos para cogerlos y sacarlos de la casa.
Dos horas después, los cuatro descansaban sobre el sofá, el matrimonio todavía con el cuerpo temblando y teniendo en brazos cada uno a uno de sus hijos. Todo se había quedado en un susto gracias a la rapidez con la que habían actuado y habían llegado los bomberos. El único problema era que la mesa, cena incluida, había quedado chamuscada, pero por suerte el fuego no se había llegado a extender por el resto de la casa.
Una vez los niños volvieron a coger el sueño, la pareja se fue a la cama, sin cenar, abrazados y asustados por lo que podía haber pasado.

Cuando Marta le contó el lunes a su amiga Lorena lo sucedido, no se lo podía creer.
— Niña, es que no dais pie con bola. ¿No te habrán echado un conjuro o algo así para evitar que folles con tu marido?
— Sabes que no creo en esas cosas, pero llegado a este punto ya no sé qué pensar. Y encima nos hemos quedado sin mesa de comedor, pero bueno, eso es lo de menos ¿te das cuenta de lo que podía haber pasado por mi estúpida idea de poner velitas para crear un romántico ambiente?
— Chica, en realidad si hubieras cogido un trapo aunque fuera para sacar la cena no tenía que haber pasado nada.
— Mira, no me lo recuerdes, mejor hablemos de otra cosa. ¿A ti como te va?
Lorena, una vez más, contó a su amiga su descabellado fin de semana mientras ésta la escuchaba con cierta envidia. ¿De verdad su vida iba a ser siempre así de monótona y aburrida? Empezaba a ver con entusiasmo su actuación en Dance City, por lo menos así saldría de su tediosa vida y haría algo diferente aunque solo fuera una noche.
— Tenemos que pensar dónde dejaremos a los nenes el sábado durante mi actuación. – dijo Marta por la noche, mientras cenaban.
— Cariño, si me toca trabajar el sábado me quedaré yo con ellos. – contestó David.
— ¿Es que no piensas venir a verme? Esto es el colmo.
— ¿El colmo? ¿Por qué eres tan egoísta? Sabes que nos hace falta el dinero extra que me dan los sábados y lo cansado que acabo, te estoy dando libertad diciéndote que yo me quedaré con nuestros hijos, ¿qué problema hay?
— ¿Qué problema? Pues que esto es algo muy importante para mí y me gustaría que mi marido me acompañara, aunque solo fuera por hacer algo juntos, que hace tiempo que no hacemos.
— Claro que hacemos, salimos con los nenes al parque todos los domingos.
— Oh, qué barbaridad, es súper emocionante salir al parque, mira, estoy extasiada de la felicidad que me produce. – gritó Marta sarcástica haciendo que Lucas se despertara. – Tranquilo, ya voy yo.
Marta salió de la cocina con lágrimas en los ojos. No podía entender que su marido no quisiera ir a verla actuar en algo tan importante para ella, puesto que era la primera vez que bailaría ante un público. Cogió a su hijo en brazos y empezó a mecerlo intentando que no le cayeran más lágrimas. Estaba enfadada, no quería llorar, quería gritar, y como eso no lo podía hacer, tuvo que contenerse y aguantar su furia.
Una vez dormido su bebé, volvió al comedor y encontró a su marido dispuesto a hablar.
— ¿No te gusta la vida de madre y esposa? — le pregunto David, algo molesto.
— Sí me gusta, lo que no acepto es que me vida se limite a eso, necesito más.
— Marta, tenemos muchos pagos que cubrir, tú apenas trabajas unas horas al día y me siento feliz de que hagas lo que te gusta y puedas dedicar el resto del día a nuestros hijos. ¿Tú crees que yo soy feliz haciendo lo que hago? Joder, tengo una carrera de derecho y estoy todo el día jodido reponiendo palés en los supermercados para poder sacar la casa adelante. Y encima llego a casa y me recriminas que no salimos o que no hacemos el amor, ¿cómo crees que me siento yo?
— No lo sé, la verdad es que no sé si te da igual o si es que ya no me deseas.
— ¿Cómo puedes pensar eso? Eres mi mujer, te quiero.
— Mira, déjalo estar. – dijo Marta, levantándose del sofá para dirigirse a la cama. Sabía que su marido la quería, pero no había dicho lo que ella quería escuchar, y cada vez sentía menos pasión en su vida y más frío su matrimonio.

Pasó la semana sin cambios. Marta seguía molesta porque David no entendiera que ella quería que la acompañara en su actuación y en cambio su marido insistía en que hacía falta el dinero.
— ¡Si lo que no ganes tú lo voy a ganar yo esa noche! – exclamó Marta, echándose las manos a la cabeza.
— Entonces ganaremos doble este sábado cariño, ¿no queríamos empezar a mirar una habitación para Lucas? Hace falta ahorrar.
— A Lucas no le hace falta aún nada y en cambio a mí sí me hace falta que estés conmigo. Joder, me siento tan sola…
David se levantó de su silla y la abrazó haciendo que apoyara la cabeza sobre su pecho. Marta aspiró su perfume y recordó todos los buenos momentos vividos con su marido. Lo quería con locura, estaba profundamente enamorada de él, lo veía igual de guapo que cuando lo conoció ¿por qué él no sentía lo mismo por ella?
Y llegó el sábado de la actuación. Marta se había preparado al milímetro la coreografía de Thalia pero aun así estaba muy nerviosa. “Si mi marido estuviera aquí seguro que me sentiría más segura”, pensaba. No quería estar enfadada, ya no podía hacer nada y quería disfrutar el momento y evitar que su jefe se diera cuenta del estado en el que se hallaba, así que intentó poner buena cara.
Cuando el disc-jockey anunció a la pareja de baile Alejandro y Sara, que actuarían bailando la canción de Marc Anthony, “Valió la pena”, Marta empezó a ponerse cada vez más nerviosa porque sabía que a continuación le tocaría actuar a ella. Era impresionante como se movían la pareja de casados, se compenetraban al cien por cien y eso le dio envidia a Marta. Echaba tanto de menos a su marido que no pudo evitar que una lágrima cayera por su mejilla. Se la quitó rápidamente porque no quería estropearse el maquillaje. Alejandro y Sara bailaban al ritmo de “valió la pena, porque era necesario para estar contigo amor,
tú eres una bendición,
las horas y la vida de tu lado nena,
están para vivirlas pero a tu manera,
enhorabuena,
porque valió la penaaaaa,
valió la penaaaa”;
y Marta los observaba cada vez más nerviosa.
Y acabó la actuación de su jefe y su esposa, acompañada de un fuerte aplauso por parte de los espectadores. Ahora le tocaba a ella, sola ente el peligro, por primera vez en su vida se enfrentaba a algo así, más cerca de los cuarenta que de los treinta, y sola. Alejandro y Sara se aceraron a ella y su jefe le dijo a Marta al oído.
— Mira hacia allí.— y señaló la barra en la que se hallaba el empresario Abel Ferri, acompañado de su mujer, Emma Blasco… y su marido!! De pronto sintió como si el corazón por un pequeño instante se le parara para a continuación latirle con fuerza. Aun así, una sonrisa iluminó su rostro y la sensación de soledad que había sentido hasta entones desapareció de inmediato. – Vamos, al ataque.
El disc-jockey  anunció la actuación de Marta con la canción Arrasando, de Thalia y ella salió con fuerza al escenario. Su marido estaba allí, ella sí era importante para él y ya nada más le importaba. Bailó la rápida canción tal y como se la había preparado sin fallar ni un movimiento y aunque los nervios no la abandonaron ni un solo instante, lo hizo bien y al acabar el público la aplaudió y se sintió feliz. Entre todos los asistentes vio a Lorena con sus amigas, quien la saludaba con la mano con una sonrisa que quería decir “¿por qué no me habías contado esto?”.
Miró hacia la barra y su marido no estaba.
No lo entendía, durante la actuación lo había estado observando y la miraba con admiración, ¿habría hecho algo al final que lo enojara? ¿Dónde demonios se había metido? Pero justo en el momento en el que iba a abandonar el escenario, Alejandro le hizo un gesto con la mano para que permaneciera en él y el disc-jockey anunció una nueva actuación, una improvisada y que no se esperaba, y allí apareció su marido, vestido con unos pantalones negros y una camisa gris oscuro, con su pelo rubio revuelto y sus ojos azules resplandecientes, tan guapo como cuando lo conoció hacía ya doce años, y se dirigió a ella con los brazos extendidos. Empezó a sonar la canción “Completamente enamorados”, cantada por Chayanne y David cogió a su esposa dispuesto a bailar con ella en público. A Marta le temblaba todo y se sintió segura cuando su marido la agarró fuerte y empezó a moverse al ritmo de la romántica balada.
“Colgados, enamorados
Aquí estamos como dos perros sin dueño.
Esta noche es imposible tener sueño seguro.
Pegados en plena calle
Parecemos como dos recién casados
Cuando todos los amigos se han largado cansados.

Completamente enamorados
Alucinando con nosotros dos
Sintiendo morbo por primera vez
Y por primera vez tocándonos.
Completamente enamorados
Como borrachos yo no sé de qué
Entre las sombras de los árboles
Nos desvestimos para amarnos bien
Para amarnos bien
Para amarnos bien
Amarnos bien
Amarnos bien
Compenetrados
Estamos enamorados.
Matados de tanta risa
Con la luna resbalando por la espalda
Tú te pones mi camisa yo tu falda
Felices

Completamente enamorados
Alucinando con nosotros dos
Sintiendo morbo por primera vez
Y por primera vez tocándonos
Completamente enamorados
Como borrachos yo no sé de qué
Entre las sombras de los árboles
Nos desvestimos para amarnos bien
Para amarnos bien
Para amarnos bien
Amarnos bien
Amarnos bien
Compenetrados
Estamos enamorados
…”
Terminó la canción y a Marta aún le temblaba todo, pero su marido se encargó de hacer que se le pasara agarrándola de la cintura y besándola como si fuera la primera vez.
— De frío nada, cariño. – le dijo después de un largo e intenso beso delante de todo el mundo.
La cogió de la mano y bajaron las escaleras apresurados, escabulléndose de la gente que se interponía en su camino.
— ¿Por qué no me habías contado nada de esto? – preguntó Lorena, cogiéndola del brazo.
— Porque me daba vergüenza que… — pero David no la dejó que terminara de hablar, tirando de ella como esta.
— ¿Dónde vamos? – preguntó Marta, viendo que su marido se disponía a sacarla de la discoteca.
David no la escuchó y siguió tirando de ella hasta la salida, el único sitio en el que podrían hablar sin tener que gritar por la intensidad de la música de la discoteca.
— Cariño, perdóname por haber estado ausente estos últimos meses. – empezó a decir, todavía fatigado tras la actuación — Llegaba a casa tan cansado que no me daba cuenta de lo que te estaba afectando. Quiero que sepas que te amo no como el día que te conocí sino más, cada día que paso junto a ti doy gracias a dios porque estás conmigo, por quererme. Dices que nuestro matrimonio se está volviendo frío y no sabes cuánto te equivocas, me pones caliente cada noche, pero no puedo controlar mi cansancio. ¿Me perdonas si te digo que a partir de ahora voy a intentar satisfacerte y demostrarte cuanto te deseo cada día?
— ¿Me deseas? – preguntó Marta con la voz rota y a punto de llorar de la emoción.
— Te deseo más que a nada en el mundo, eres la mujer más bonita que he visto en mi vida, te amo, y me siento afortunado por los hijos que me has dado. Ellos y tú sois lo más importante en mi vida, así que te repito para que se te meta en esa cabecita tan linda que tienes, que nuestro matrimonio, de frío nada, cariño. ¿Quieres ver lo caliente que me tienes ahora mismo?
David acercó a su mujer pegándola a su cuerpo y ella pudo notar la erección que le había provocado.
— Vámonos, no aguanto ni un segundo más sin hacerte mía. – dijo él.
— Pero, Alejandro…
— Tranquila, entre los dos hemos planeado esto y ya sabe que te raptaría después de la actuación. – se explicó David mientras la dirigía ya hacia su coche.
— ¿Y los niños?
— Hice pito pito gorgorito y le tocó a tu madre, así que allí están. Mañana los recogeremos, pero esta noche es toda para nosotros.
Marta se sintió húmeda de inmediato solo de imaginar lo que harían, después de tanto tiempo. Entraron en el coche y no pudo más, se echó encima de su marido, se sentó a horcajadas encima de él y empezó a besarlo absorbiendo su boca y su sabor, ese que tanto había echado de menos. Empezó a restregar su entrepierna contra la inminente erección de su marido, pero cuando más cachondos estaban, un grupo de chavales que habían salido al parking a hacer botellón tocaron con los puños sobre el cristal y les gritaron “Iros a un hotel!!!”. La pareja medio avergonzados de pronto empezaron a reír a carcajadas. Entonces Marta se sentó en su sitio y le dijo a su marido:
— A casa, YA!!!
En el garaje, en el ascensor, en el rellano, en la entrada… no podían dejar de besarse y de manosearse como si fueran dos adolescentes, completamente enamorados como decía la canción que habían bailado juntos, como dos recién casados, como si fuera la primera vez, y se hicieron el amor en la cama, en la cocina, en el baño, hasta que cayeron rendidos tras una ducha en la que de nuevo follaron como locos.
Entonces, Marta miró a su marido y se dio cuenta de lo feliz que era.
— David, yo… también quiero disculparme.
— ¿De qué, mi vida?
— De no haberme dado cuenta de lo afortunada que soy, de haber querido más cuando en realidad lo tengo todo. Tengo un marido estupendo, unos hijos maravillosos, trabajo en lo que me gusta, tengo una buena amiga… He sido una estúpida y te he hecho sentir a ti mal por mi culpa cuando en realidad no había motivo.
— Sí lo había, preciosa. Hemos pasado mucho tiempo sin hacer esto que tanto nos gusta y que tan necesario es. Sé que te he descuidado y eso podría haberme causado perderte y no lo soportaría. Estar sin ti es lo peor que me podría pasar en la vida. Te amo tanto cariño… te deseo tanto…
— Y yo a ti, no dejemos que esto nos vuelva a pasar… nunca.
— Nunca mi amor. Pienso recordarte cada día cuanto te deseo y lo enamorado que estoy de ti.
— Y yo pienso hacer que nunca pierdas ese deseo ni dejes de amarme.
— Sería imposible que eso pasara.
Marta se sentía tan dichosa que por cansada que estuviera no pudo evitar volver a sentarse sobre su marido y hacer que la volviera a poseer. Tenían que recuperar el tiempo perdido.


Para todas aquellas mujeres casadas que piensen que en su vida ya no cabe la pasión, estáis equivocadas, mientras hay sentimiento, mientras sientas un hormigueo en el estómago al ver a tu marido, existe esa pasión, solo hay que provocarla, buscar el momento adecuado no es tan difícil (con esta pareja me he pasado porque esa era la historia) pero en la realidad, que nunca dejemos que nos pase, hay que mantener viva esa llama, sin provocar incendios jajajaja. Espero que os haya gustado. Besets
Cristina Merenciano Navarro





 Este relato pertenece a la antología "EL AMOR HUELE A LETRAS", ¿Quieres leer al antología entera? Pues pincha aquí


1 comentario:

  1. Necesito saber mas de la historia de amor de esta pareja....ESTOY SUPER ENGANCHADA!!!!. Por favorrrrrrrrrrrrrrrr Cristina

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